Desenterraba sus propios huesos sin ninguna prisa.
Sabía que el tiempo ya no era problema alguno.
Mientras, organizaba sus ideas según fueran a hacerle más feliz
en lo que le restaba de vida.
Los huesos dejaban agujeros en la tierra,
que más tarde llenaría con sus peores miedos,
odios y perennes rencores.
Días antes, había rescatado sus maltrechos músculos,
que un día soñaron zambullirse en el azul del océano y
vivir las más arriesgadas aventuras.
Se miró al espejo sin poderse perdonar una vez más.
Pero no pudo evitar hacer el tonto y ponerse a hacer muecas.
Él era así.
La persona más sonriente con la que pudieras hablar.
Después, en su mesa de trabajo,
se esforzó para que huesos y músculos fueran uno,
y a su vez, se incorporaran a él como antaño.
Juntos de nuevo, era el momento de ponerse en marcha e
ir en busca de su perdón.